Nota pulicada por el diario La Nación, Sección Espectáculos, de su edición del 27 de enero de 2007. Autor: Claudio D. Minghetti
Metáfora del paso del tiempo
Llega a las salas esta obra que se mostró con buena repercusión en dos festivales
A pesar de ser cineasta en un país donde la independencia y el público acotado que pueda responder a esas propuestas, al menos en el cine, no siempre son bien vistos, Gustavo Fontán no parece inquietarse demasiado, ni siquiera una semana antes del estreno de su última película. Se trata de El árbol , que presentó hace casi un año, y con éxito, en la competencia oficial argentina del Festival de Buenos Aires, y en diciembre en la muestra Pantalla Pinamar, que llega a cinco salas de Buenos Aires, el próximo jueves.
Para Fontán, el cine es un viejo conocido. Hace poco más de una década se le ocurrió lanzarse como realizador con el corto Canto del cisne , sobre el poeta-loco Jacobo Fijman. Sin embargo, su relación con la poesía y la literatura siguió creciendo. Después llegarían otros encuentros, con Macedonio Fernández ( Rito de paso ), Leopoldo Marechal ( La batalla de los ángeles ) y con el jujeño Jorge Calvetti ( El paisaje invisible ). En marzo, probablemente, entre en la etapa final de un nuevo trabajo sobre Juan L. Ortiz.
En El árbol, el director reunió a sus padres, en la casa de Banfield en la que él mismo creció. Son ellos, María (Merlino) y Julio (Fontán) quienes intercambian ideas y discuten acerca de qué es lo que harán con una acacia que ella afirma se está secando mientras que él piensa (al tiempo que recuerda que la plantó cuando nació uno de sus hijos), que todavía tiene alguna esperanza de seguir en pie. El árbol es una metáfora acerca del discurrir del tiempo, de la vejez, de lo que para el mismo Fontán significa observar a sus padres desde su propia madurez.
La película, rodada originalmente en formato digital, fue ampliada a 35 mm., una tarea que ocupó a su director buena parte de 2006 ya que, según sus propias palabras, en diálogo con LA NACION, la transcripción " debía preservar la idea de fotografía que buscaba", la que encontró en muchas de esas escenas donde los silencios, los roces, las miradas, subrayan el peso del tiempo.
"Teníamos muy en claro la idea original, pero no toda la película. Nos planteamos un rodaje que iba a durar dos años, no por que nos faltase dinero para hacerla ni por nada parecido. Quería filmar en todas las estaciones: en el primer año, lo hacíamos uno o dos días por mes, armábamos, pensábamos y así volvíamos filmar dos días, para seguir la misma rutina. ¿Por qué el segundo año? Sabía que cuando terminásemos, por ahí nos faltaba una secuencia de otoño, y no quería rodarla en cualquier momento sino en otoño. Cada estación tiene su luz y su color. Así fue todo, tanto lo que se ve, como lo que ocurre detrás de cámaras, funciona de la misma manera", explica.
El mundo como relato
"Cuando rodábamos fue muy bueno detenernos a observar, y volver a maravillarnos, con las cosas del mundo, como si uno constantemente estuviera maravillándose sólo con lo que ve por TV. Uno puede pensar el cine como relato, pero también es bueno pensar el mundo como relato. En la medida que nos hacen creer que hay una mirada transparente, no hay nada que pensar o cuestionar, perdemos cualquier capacidad crítica. Si la perdemos frente al mundo, perdemos la capacidad de modificarlo. Nos queda la queja, que es improductiva, que no genera acción. Esta forma diferente de pensar el mundo está detrás de El árbol" , asegura el director.
Dice Fontán que su meta es mostrar "Cómo ante un mismo suceso hay posiciones diferentes: uno puede verlo de manera realista, y el otro, puede con igual realismo hacerlo con fe. Lo humano es lo singular, lo diferente, la reacción propia, lo «no tal cual», lo «no exacto» o copiado". "El mundo es en relación a nosotros -piensa en voz alta-, y por eso es difícil de acceder de una manera completa al otro. Por eso, para cada uno, ese objeto significa cosas diferentes, porque hay depositadas memorias. Quería hacer una película absolutamente personal e íntima y mi equipo tenía que ayudarme a lograrlo. No podría haber filmado otro árbol ni los fantasmas de otra casa, con los que conviví, porque están cargados de sensibilidad", asegura.
"Queríamos hacer una película sobre el paso del tiempo y nos preguntábamos cómo podíamos conseguir que ese discurrir se convierta en un lenguaje. Convencí a mi equipo de que teníamos que filmarla como si estuviésemos pintando con capas de acuarela, superpuestas, con colores, texturas y sonidos, para acceder no a la acción sino a las tramas."
Claudio D. Minghetti
domingo, 28 de enero de 2007
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